Bueno, comenzaremos con un juego o ejercicio práctico que suele dar unos resultados increíbles. El Juego consiste en que se pone el inicio de una historia, y después, el que quiera, va continuando el relato. El objetivo es completar un relato corto entre todos. Es una manera muy divertida de disfrutar de la imaginación de otros escritores y de ver las formas de expresión. No me importa si se usa este mismo artículo para ir corrigiendo fallos, es más, sería algo muy valioso hacerlo.
Así que... Comenzamos:
EL MONASTERIO
La lluvia
mojaba su rostro, su torso y sus brazos. Se había despojado de la túnica hasta
la cintura, y permitía que el agua le golpease y resbalase por su cuerpo empapando sus ropas.
Hacía ya tiempo que había subido al tejado, y ahora, con
los relámpagos iluminándolo todo y los truenos ensordeciendo a todas las
criaturas, se sentía dueño de sí mismo otra vez.
En cuanto vio a través de las ventanas que se avecinaban aquellas oscuras nubes, supo que la
tormenta descargaría sobre el monasterio, y no se preocupó de la reprimenda del
cocinero cuando abandonó los fogones, y corrió por los lustrosos pasillos, y
subió por las empinadas y desgastadas escaleras, más allá de las salas de los
iluminados, más arriba de las habitaciones de los maestros. Dejando atrás y abajo
la sala de las reliquias, trepó por la escala de madera hasta el patio de
oraciones, y luego por los muros y las imágenes, hasta que no pudo subir más.
Palmeó y danzó cuando los primeros rayos cayeron abajo, en el valle. Y entonces
escuchó, como tantas veces, y volvió a escuchar y a aprender, hasta que la
tormenta pasó y su voz no fuese más que rumores lejanos.
Sin embargo,
no tardarían en notar su ausencia. Estaba próxima la hora de las ofrendas, y el
viejo Yutze se encargaría de sermonear a los novicios sobre los deberes
inexcusables y la cantidad de reverencias que debían realizar dependiendo del
rango de los visitantes. Le gustaba que todos estuviesen presente, así que, cuando
bajase del tejado directamente al templo, mojado y desaliñado, Yutze le
agarraría por las orejas y lo sacaría de allí. Pero no le importaba. La
tormenta le había hablado. Le había contado muchos más secretos que otras
veces, y por eso sabía que pronto dejaría aquel lugar.
No le apenaba
dejar aquellos muros. Los otros novicios nunca le habían considerado digno, ni
siquiera para las crueles bromas a las que sometían a otros, y eso le había
permitido aprovechar el tiempo que otros se pasaban peleando, en practicar lo
aprendido. No lo aprendido de los maestros del monasterio, sino otra clase de
conocimientos. Pronto vendrían a buscarle y entonces empezaría su existencia
verdadera, y sería uno más con sus hermanos. Pero hasta entonces, debía seguir
las normas del monasterio, lo suficiente como para no llamar la atención.
El Ayuno impuesto por Yutze debido a su insolencia del otro día había terminado. Una semana de retortijones de estómago que pasó en un suspiro gracias a la esperanza de huida. Odiaba ese monasterio. Lo odiaba desde el día en que sus padres lo internaron contra su voluntad. Tampoco pudo protestar, tenía 5 años, y no estaba seguro que fueran sus verdaderos padres. El Monasterio les pagó bien por un niño sano... No conocía su procedencia, como la mayoría de los chicos que trabajaban en él. Estaba ahí para pagar con sus servicios la deuda contraída por su propia compra. Era un esclavo´, o "Sirviente de Dios", como le gustaba recalcar al padre Yutze.
Cumpliría 14 años dentro de dos días. No habría celebración, los sirvientes no tenían nada que celebrar salvo la gloria de Dios, pero él sabía que éste cumpleaños sería diferente. Se lo dijo la tormenta.
Cuatro días antes del día esperado llegaron noticias inquietantes del norte. La guerra, que se creía lejana, estaba a las puertas del reino. Los bárbaros del norte venían a "liberar" los reinos que estaban bajo el yugo de Dios. Eran bárbaros de religión, sin embargo, daban mil vueltas en tecnología, o eso se creía, pues sus armas eran todo un secreto. Habían sido pacíficos hasta que los evangelistas intentaron convertirlos por el bien de sus almas.
El humo negro se podía divisar desde las almenas. Avanzaban imparables. Jurgen sabía que pronto sería libre. Ya se acercaban...
Kyrylys12 de noviembre de 2013 13:17
El resto del día intentó acomodarse a sus deberes cotidianos, si bien la inquietud de su pecho hacía que le temblasen las manos. No debía sobresalir. La hora estaba cerca.
Tanto los frailes como los novicios le encontraron más abstraído y distante que otras veces, tanto unos como otros lo achacaron a que la regañina y el ayuno impuesto por el padre Yutze por primera vez le había hecho mella en su espíritu rebelde. Los novicios le evitaron, ya que vieron la hosquedad en su mirada; y por primera vez -quizás- hasta comprendieron a su compañero. La vergüenza y el ayuno no eran cosa fácil de sobrellevar.
Aunque se vanagloriaban en baja voz de haber aprendido ellos la lección hace muchos años y en menos tiempo.
Los frailes, en cambio pensaron que por fin la disciplina se asentaba en él.
Ambos grupos estaban equivocados. Y gracias a aquello, Jurgen pudo prepararse para huir por la noche.
Un miedo, un anhelo le impedía casi respirar. Las palabras que la noche anterior le dedicó el padre Yutze se perdieron ahogadas entre las voces de la lluvia. Si. Ya lo había decidido.
El ejército estaba cerca, pero no se contentaría con esperar. Saldría a su encuentro.
Hacerse con algo de ropa no fue difícil. Que estuviese seca fue un poco más complicado. Se pasó media mañana ayudando con la colada; o más bien enjuagando y estrujando ropa húmeda. En un momento de descuido del hermano lavandero pudo hacerse con un sayal un poco ajado que se apresuró a esconder en su jergón.
Cosa más peliaguda fue acercarse a las cocinas…
El Ayuno impuesto por Yutze debido a su insolencia del otro día había terminado. Una semana de retortijones de estómago que pasó en un suspiro gracias a la esperanza de huida. Odiaba ese monasterio. Lo odiaba desde el día en que sus padres lo internaron contra su voluntad. Tampoco podía protestar, tenía 5 años, y no estaba seguro que fueran sus verdaderos padres. El Monasterio les pagó bien por un niño sano... No conocía su procedencia, como la mayoría de los chicos que trabajaban en él. Estaba ahí para pagar con sus servicios la deuda contraída por su propia compra. Era un esclavo´, o "Sirviente de Dios", como le gustaba recalcar al padre Yutze.
ResponderEliminarCumpliría 14 años dentro de dos días. No habría celebración, los sirvientes no tenían nada que celebrar salvo la gloria de Dios, pero él sabía que éste cumpleaños sería diferente. Se lo dijo la tormenta.
Cuatro días antes del día esperado llegaron noticias inquietantes del norte. La guerra, que se creía lejana, estaba a las puertas del reino. Los bárbaros del norte venían a "liberar" los reinos que estaban bajo el yugo de Dios. Eran bárbaros de religión, sin embargo, daban mil vueltas en tecnología, o eso se creía, pues sus armas eran todo un secreto. Habían sido pacíficos hasta que los evangelistas intentaron convertirlos por el bien de sus almas.
El humo negro se podía divisar desde las almenas. Avanzaban imparables. Jurgen sabía que pronto sería libre. Ya se acercaban...
El resto del día intentó acomodarse a sus deberes cotidianos, si bien la inquietud de su pecho hacía que le temblasen las manos. No debía sobresalir. La hora estaba cerca.
ResponderEliminarTanto los frailes como los novicios le encontraron más abstraído y distante que otras veces, tanto unos como otros lo achacaron a que la regañina y el ayuno impuesto por el padre Yutze por primera vez le había hecho mella en su espíritu rebelde. Los novicios le evitaron, ya que vieron la hosquedad en su mirada; y por primera vez -quizás- hasta comprendieron a su compañero. La vergüenza y el ayuno no eran cosa fácil de sobrellevar.
Aunque se vanagloriaban en baja voz de haber aprendido ellos la lección hace muchos años y en menos tiempo.
Los frailes, en cambio pensaron que por fin la disciplina se asentaba en él.
Ambos grupos estaban equivocados. Y gracias a aquello, Jurgen pudo prepararse para huir por la noche.
Un miedo, un anhelo le impedía casi respirar. Las palabras que la noche anterior le dedicó el padre Yutze se perdieron ahogadas entre las voces de la lluvia. Si. Ya lo había decidido.
El ejército estaba cerca, pero no se contentaría con esperar. Saldría a su encuentro.
Hacerse con algo de ropa no fue difícil. Que estuviese seca fue un poco más complicado. Se pasó media mañana ayudando con la colada; o más bien enjuagando y estrujando ropa húmeda. En un momento de descuido del hermano lavandero pudo hacerse con un sayal un poco ajado que se apresuró a esconder en su jergón.
Cosa más peliaguda fue acercarse a las cocinas…