Se lo tomo prestado pues me parece que expresa muy bien los problemas que nos encontramos a la hora de enfrentarnos a una hoja en blanco.
El miedo a la hoja en blanco
Conozco a muchas personas que me dicen que tengo un don porque escribo. A mí me parecía una exageración hasta que me di cuenta de que muchas personas le tienen miedo al papel en blanco. El enfrentarse a una hoja donde la nada es lo que gana el espacio causa cierto miedo. En lugar de verlo como una oportunidad muchas personas lo ven como un reto: es esa montaña alta e inexpugnable donde la punta está lejana y ninguna preparación del mundo será suficiente para subirla y conquistarla.
Ahí está el primer (y más grave) error. Una hoja en blanco no es algo horrible: es una enorme posibilidad de expresarse. Ya sea la expresión de uno mismo para ponerle orden a sus ideas y pensamientos o para darle a entender al resto del mundo cómo lo vemos. Es una ventana abierta para que nosotros la llenemos de color, de vida, impregnarla de uno mismo para que los demás nos conozcan y nos entiendan. Si se cambia la visión del “tengo que llenar la página” por un “voy a poder expresarme” la cosa es más fácil. Cambiar del obstáculo a la oportunidad quita un gran peso de encima.
El segundo paso es dejar de pensar en los otros que leerán. Muchos se apanican al pensar en el lector, en si los entenderán o en el cómo decir las cosas. A mí me funciona mucho el escribir para un amigo o un ser querido. Generalmente escribo como si fuera una carta para contar mis ideas. Cuando se trata de compartir con alguien de nuestra confianza las palabras fluyen con mayor facilidad que cuando pensamos en un profesor, un jurado o un perfecto extraño.
El tercer paso es no querer lucirse: hay que hablar de lo que uno sabe. Tratar de abarcar temas desconocidos suelen complicar el escribir. Claro que si se trata de un trabajo para la escuela lo mejor que se puede hacer es tener muchas referencias: entre más se lee más se escribe.
Y es que sin un bagaje detrás de nuestras palabras es prácticamente imposible poder escribir. A veces pareciera que otros autores ya dijeron o pensaron lo mismo que nosotros. O lo contrario a nosotros, lo que facilita tener un punto de partida: contradecir a alguien (con razones) siempre permite escribir con fluidez (nos gusta ser contreras).
Un buen punto de partida es un cita o, sin son visuales, una imagen. Siempre algo externo puede motivarnos a escribir. Sí, insisto: buscar un punto de partida y saber qué queremos decir son cosas básicas. A veces también sirve tener una especie de esqueleto: cuál es la idea central de lo que vamos a escribir es clave. De ahí, dos o tres ideas secundarias. No desviarse. Suele pasar que uno quiere decir demasiadas cosas al mismo tiempo y acaba diciendo nada. Un punto central, un par de ideas secundarias alrededor y punto. ¿Surgieron más ideas en el transcurso de escribir? Bien, apúntalas en otro lado para desarrollarlas en otro texto. Sí, apúntalas. Una idea que llega de golpe y a la que se le da una ventaja para escaparse jamás regresa tal cual llegó en primera instancia. Son escurridizas. Por eso siempre es bueno tenerlas apuntadas. Así uno se va haciendo de un pequeño arsenal de ideas para poder desarrollar después. Créanme: con eso el miedo a la hoja en blanco se supera. Y con muchas lecturas para seguir despertando la curiosidad. Quien mucho lee, mucho escribe. Es un hecho.
Aunque, claro, lo mejor para superar el miedo a la hoja en blanco es simple y sencillamente escribir. Nada mejor que ejercitar el arte de la escritura para volverse buenos en ello.
Enlace al artículo: Blog "Pasión y Tinta"
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