sábado, 2 de noviembre de 2013

Jungla Asfalto

JUNGLA ASFALTO
Autor: Borja

Con un crujido de roca triturada, la enorme torre gótica comenzó a inclinarse en un ángulo imposible, hasta que de repente se partió y cayó contra el suelo con violencia lanzando cascotes, tierra y polvo en todas direcciones. Los gigantescos edificios a su alrededor temblaron con estrépito y sus muros se agrietaron, pero permanecieron en pie impasibles a la destrucción que les rodeaba. En seguida se disipó la nube de polvo sin embargo, y el lugar de la gigantesca torre fue ocupado con rapidez por un enorme rascacielos que creció a velocidad increíble ante sus atónitos ojos. Primero brotaron y se estiraron los pilares, luego las paredes exteriores, hasta que en cuestión de minutos las cristaleras del nuevo edificio brillaban bajo la insulsa luz del estéril sol. - ¡La Jungla de Asfalto! – espetó – Y eso que me había jurado que jamás volvería a entrar en una puñetera metáfora.
Cerró con el pie la tapa de la alcantarilla por la que había salido, y se puso a caminar por el callejón camino de ninguna parte en especial. Bueno, podía haber ido a parar a sitios mucho peores. La Jungla de Asfalto no era mejor o peor de lo que podía ser por ejemplo el Reino de las Pesadillas Infantiles, Extravagancia o El Río del Lenguaje. Simplemente había que asimilar las reglas que movían el Reino y adecuarse a ellas. Por fortuna, ya había visitado antes el sitio, así que podría cruzar rápidamente y sin peligro la mayor parte del trayecto. Bastaba con entender los símiles. Siguió por el angosto callejón hasta que llegó a una calle más ancha. Era algo así como una avenida de cuatro carriles, llena de vehículos y una masa de gente caminando en ambas direcciones. - Un puñetero río. Lleno de cocodrilos. - Musitó
Buscó con la mirada hasta encontrar una cola de gente que viajaba en la dirección que deseaba ir él y de un salto se coló entre ellos. Se movió deprisa manteniendo el paso de los demás caminantes sabedor que caerse o no amoldarse a ellos implicaba ser arrastrado o pisoteado sin misericordia. También puso especial cuidado en no mirar a los coches que circulaban a su lado por el asfalto. Si les provocabas podían lanzarse encima de ti y atacarte. Los coches eran muy voraces y de todos ellos los taxis amarillos los peores.

Siguió un rato el flujo de gente hasta que llegó a un parque. Los parques y jardines de aquel mundo eran como islas, literalmente. La marea de gente al llegar a ellos hacía como todo buen río frente a una colina: lo rodeaba. En cuanto tuvo oportunidad salió de la corriente de un salto y se puso a caminar por el césped, algo que era de agradecer. Los sonidos del parque eran radicalmente distintos al ruido de claxon y demás jarana de la ciudad, pero al igual que éstos nunca cesaban. A demás aquí había poca gente, la mayoría nada más que salpicaduras del flujo de las calles. Otros eran más curiosos, como los lanzadores de palos de los perros. ¿Por qué demonios lanzan palos a los perros continuamente? Buscó un lugar despejado de domingueros – unos horribles y sonrientes individuos empeñados en representar un remake cutre de La Casa de la Pradera – y se sentó.

- No soporto a los Anónimos, en serio – dijo a nadie en especial – No aguanto que nos reflejen tan bien.
Tenía que esperar un buen rato, así que se dedicó a distraerse viendo las insulsas e insípidas vidas que representaban los Anónimos. Hasta contó las mujeres que veía
haciendo footing en un vano intento de escapar de la aplastante monotonía de la ciudad. Afortunadamente la noche cayó tan rápida y brusca como esperaba. De repente todo estaba oscuro, las luces escaseaban y las anteriormente limpias calles estaban llenas de basura y sus muros llenos de pintadas. El insulso castillo donde jugaban los niños estaba ocupado ahora por sombras retorcidas y donde había antes gente había ahora Delincuentes, los reflejos metafóricos de los peligros nocturnos que pululan por los callejones oscuros.
- Bueno. Ahora es cuestión de no ir por debajo de los puentes, callejones sin iluminación y parques oscuros.
Caminó deprisa y sin mirar atrás. Al fondo escuchó a una Mujer Violada gritar, más allá vio llorar a una Niña Perdida (con osito y todo, qué monada), y se sintió seguido por Los Pandilleros, los reflejos de los miedos de cualquier paseante nocturno del mundo real. Sabía que tenía que ignorarlos a todos, que no le quedaba mucho tiempo, así que se acercó al pequeño lago del parque, a sus aguas oscuras y sucias.
- Mientras no me salga un Cthulhu...
Sonrió con sorna. La verdad es que la atmósfera era perfecta para eso. Murmuró unas palabras y dejó que su amuleto tocase el agua. Al momento el agua resplandeció con un brillo dorado que se apagó tan rápido como vino, y entonces saltó. El agua estaba heladora, pero ésta era la única salida fiable que conocía. En cuanto se sumergió completamente en la oscuridad, sintió como abandonaba el Reino y era catapultada a través de su pericarpio al exterior.
- ¡Agh! – escupió agua sucia con una mueca de asco - ¡La última vez que uso la puerta trasera de ningún sitio!
Se encontró flotando en la nada, el Vacío entre Mundos. Más abajo por decirlo de alguna manera estaba el Reino de la Jungla de Asfalto, una enorme ciudad donde los edificios crecían y florecían durante el día, los ríos estaban formados por gente y acechaban terribles depredadores como los coches, camiones y taxistas.
- Bueno, genial. ¿Y ahora qué?

AUTOR: Borja 

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